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  • ¿Ternura?

    «No hay por qué ruborizarse ni excusarse por ser tierno: es un honor del que hay que estar orgulloso, es una gracia que hay que difundir, porque donde no hay ternura ni se transmite alegría ni se recibe. Ya sé que uno puede abusar de su corazón y que puede restar vigor a su cuerpo y a su alma con ternezas que debilitan y son estériles. Un camino muy ancho se abre para los que entran en la vida… Sucede con la ternura humana como con todas las cosas bellas: tiene que conquistarse en lucha consigo misma y desprenderse de sus velos, como el sol matinal que sale de entre las nieblas del alba… Sin embargo, se equivocaría quien se riera de esa palabra y de esa cosa que es el afecto. ¿Hay quien crea que el corazón de los grandes apóstoles no rebosó esa ternura? Léanse las cartas de San Pablo, o ese admirable pasaje de los Hechos que relata el adiós del santo a sus fieles de Éfeso: fluyen las lágrimas de los ojos de los unos y del otro, que ya no volverán a verse en este mundo. Sobre todo, medítense el acento profundo y el ritmo ardiente de Pablo cuando escribe a sus fieles, a quienes ha engendrado en Cristo y que son sus hijos… El afecto tiene sus peligros pero la manera de evitarlos no es luchar contra él: hay que educarlo. Más que acabar con la simpatía, hay que tender a universalizarla… Así como no hay amor sin ternura, tampoco hay ternura sin fuerza ni pureza. El vino mezclado con agua pierde calidad, vigor y aroma, pero el vino turbio y avinagrado ya no es vino. Es preferible el agua».

    Texto del P. Robert Hamel, S.J., citado en Henri de Lubac,  Memorias en torno a mis escritos, Encuentro 2000, p. 410.

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