El Apocalipsis es y permanece un misterio.
El último libro de la Biblia es mucho más que la simple descripción de plagas, de las formas del mal y de la caída de Babilonia. Sus imágenes, en lugar de hacia acertijos enigmáticos sobre números cifrados o interpretaciones esotéricas, deberían conducirnos a un silencio respetuoso ante el amor de Dios. Ni la estrella que se llama Ajenjo, que hace que las aguas se vuelvan amargas, es determinable astronómicamente, ni el calor que abrasa a los hombres tiene algo que ver con las bombas atómicas. Las imágenes son símbolos del Dios siempre más grande y tienen una fuerza para evocar más allá de sí mismas algo superior a nuestras palabras, que nosotros encerramos en nuestra propia finitud.
No le quitemos al Cordero el libro sellado para romper por nosotros mismos sus sellos. Sólo Él puede abrirlos. Sólo Él puede interpretar «la historia universal en su totalidad» y la de «cada uno de nosotros». Todos los intentos de todas las cosmovisiones, de todas las religiones y de todas las filosofías naufragan frente a esos sellos; y si logran forzar uno de ellos, los otros se cierran aún más fuertemente. (HUvB)
Apariciones en medios de comunicación: artículo en Religión Confidencial, artículo en Religión en Libertad.
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