Todos los esfuerzos de la compañía teatral están orientados al momento de la representación. Ciertamente se espera compensar así todo el trabajo realizado, se sueña con la satisfacción de la tarea bien hecha y con la gratificación del público… Pero en realidad es mucho más. Todos conocemos la solemnidad que, como espectadores, sentimos ante ese telón corrido, o ante ese escenario con elementos que ponen en marcha nuestra imaginación y nos hacen esperar eso nuevo, desconocido al menos en buena parte, que la compañía nos va a ofrecer. También el actor siente esa misma solemnidad cuando, entre cortinas, oye el murmullo de la gente que llega y va llenando el patio de butacas.
Muchas cosas van a suceder sobre el escenario. El público, dice Goethe, no tiene que elevarse a la reflexión, tiene que seguir con pasión, su fantasía ha sido silenciada. Ha de dejarse guiar hasta allí a donde no quieres, quizá lo doloroso, lo desagradable. Su participación es activa, no pasiva. Esta actitud es indiferencia a todo lo nuevo que se le presente, pero indiferencia entendida no como indolencia, ni siquiera como contemplación neutral, sino, al contrario, entendida como capacidad para recibir y acoger aquello que se le ofrezca, sea cómico o trágico, con esta puesta en escena y con estos actores. Porque no se trata de ver lo que ya se sabe, se trata de mantener la mirada de la esperanza, ésa que quiere descubrir algo nuevo que supere a lo cotidiano, a lo que aburre.
La resonancia que desde la sala reciba el actor conformará sin duda sus palabras y gestos siguientes. Pero público y actores no se encuentran en la representación como dos mitades autosuficientes, porque no lo son. Si todos permanecen abiertos a lo que ha de suceder tendremos esa ocasión única, un kairos especial, que es más que las limitadas partes que lo conforman.
Sabemos que lo humano raramente es perfecto. Hans Urs von Balthasar nos pide ver la representación, al menos, como una metáfora aceptable de lo perfecto, que es imaginado, pero no alcanzado, y nos advierte que dudar de la autoridad de la obra y de la representación sólo puede hacerse injustamente. Incluso una representación mediocre de una obra mediocre puede llevar al espectador a intuiciones decisivas.
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