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En el corazón
“En ningún relato evangélico toca directamente la esfera mariana con la de Pedro, aun cuando María y Pedro estuvieronjuntos en Caná y en medio de la comunidad a la espera del Espíritu. Juan, en cambio, está íntimamente vinculado a él y a ella e interpreta sus lazos como obligación de unión y armonía. Importa recordar que María y Pedro no son los únicos representantes ni los únicos símbolos reales de la unidad cristiana y que incumbe precisamente a Juan el cometido de mediador, que impide la escisión en dos partes de la Iglesia, cuyo dislocamiento creía ver ya Tertuliano.
Ahora bien, Juan entiende su servicio mediador como «mengua» voluntaria de su persona, y lo presta «retirándose ». «Permanece», pero en el trasfondo y sin privilegios de inmortalidad (21,33). La amplitud de su cometido unificador es, sin embargo, «católica», y lo es señaladamente porque liga los dos polos, los dos extremos, de los que con harta frecuencia, y ¡cuántas veces a nombre de Juan mismo!, se echa por la borda uno.
Sin ningún complejo antipetrino, pues jamás habría resistido en cara en nombre de la unidad eclesial, como Pablo en la epístola a los Gálatas, asigna al cargo de Pedro su lugar preciso en el corazón del conjunto instituido por Jesús. Y como debe permanecer «menguando» por orden formal de Jesús, su puesto entre los símbolos reales no quedará vacío y sin sucesor a ningún precio.
Este puesto lo ocupan, sobre todo, los santos, que no tienen una misión oficial, pero manifiestan su autenticidad en las relaciones que entablan entre la Iglesia mariana y la Iglesia petrina, continuando el sí, el amén, a una y otra, aunque parezcan relegados de todo lugar, sin sitio. La Iglesia verdaderamente joánica no es una «tercera» Iglesia, la llamada Iglesia «espiritual», que habría de suceder a las de Pedro y Pablo; es la Iglesia que, en vez de Pedro, está al pie de la cruz para acoger en su nombre a la Iglesia mariana”.
HANS URS VON BALTHASAR, El complejo antirromano, BAC, Madrid 198, p. 228-229
