Sabemos que para que haya teatro tienen que encontrarse varias libertades: la del autor que crea la obra, la del actor que encarna el personaje, la del director que media entre ellos y con el público, también la de este último, el público, que si no está dispuesto a recibir lo que suceda sobre el escenario hará de la representación un sinsentido. Si una de estas libertades impone su voluntad sobre las otras, aparecerá en la representación un vacío, algo de lo que estaba previsto habrá quedado sin quien lo asuma y desarrolle. Es curioso, sin embargo, nos explica Hans Urs von Balthasar, que exista entre dichas libertades una jerarquía, la del autor es el primer elemento que pone a todas en coordinación.
Ciertamente es él quien entrega a actor y director su material de trabajo, ese conjunto de frases y acciones con las que recrear una historia. Y lo hace dejando explícitamente espacio para que ambos, actor y director, aporten sus propias creatividades a la representación, que para ser tales creatividades, han de ser libres, es decir, nacidas de quien acoja, con toda su propia persona, el papel que se le encarga. Y a este papel entregará el propio cuerpo, la propia voluntad, los propios afectos.
Pero volvamos al autor. Stanislavski nos recuerda cuál es el primer trabajo de la compañía teatral: descubrir el “superobjetivo”, que es “la idea esencial, el núcleo, que proporciona el impulso para construir una obra”. Si actor y director no acogen la voluntad del autor, la representación carecerá de la necesaria perspectiva o finalidad última, porque “la más sencilla entrada o salida del escenario, cualquier acción que se realice para desarrollar una escena, para pronunciar una frase, unas palabras, un monólogo, etc., debe tener una perspectiva”. Paradójicamente, pues, sin el papel establecido por el autor la creatividad de actor y director y público se reduce. Es el buscar y construir la imagen pensada por el autor para el personaje, obedeciendo al sentido que tiene dentro de la historia completa, lo que, al llevarle más allá de sí mismo, descubrirá en el artista posibilidades desconocidas a priori.
Aquí cabría hablar de los grandes autores, esos que construyen personajes e historias que van más allá de lo inmediato.
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