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Diferir
«Diferir, aun profundamente, uno de otro no es nunca ser enemigos: es ser. Reconocer y aceptar la propia diferencia no es ningún orgullo. Reconocer y aceptar la diferencia del otro no es ninguna debilidad. Si la unión debe existir, si la unión tiene algún sentido, solamente puede ser unión entre hombres que se diferencian. Incluso en el reconocimiento y la aceptación de la diferencia, se supera la diferencia y se realiza la unión.
Seríamos más indulgentes unos con otros, o mejor, nos tendríamos unos a otros más amor y más admiración si nos persuadiéramos con más fuerza, desde la juventud, del principio elemental de la división del trabajo, y de todo lo que semejante principio supone y trae consigo: división de los talentos, de los gustos, de las vocaciones, de las orientaciones, de las costumbres, de las cualidades de todo tipo. La discusión entre nosotros no sería menos seria, pero sería más pacífica. Tendería espontáneamente a convertirse en un esfuerzo común de búsqueda y de convergencia. Entonces se vería mejor que los dones dados por el Creador a la naturaleza humana en todos sus miembros son prácticamente incomposibles. Se comprendería qué hermoso es que el mundo humano, como el de la Naturaleza, sea diverso; con una diversidad real, acentuada, profunda, con todo lo que esto comporta inevitablemente de interrogantes, de oscuridades, de dificultades recíprocas en los esfuerzos de coadaptación, de contrariedades al menos pasajeras, de disonancias, de choques, pero también de respeto, de confianza recíproca, de cara a una concordancia más rica y más sutil, una concordancia que valga la pena» .
Paradojas y nuevas paradojas, Henri de Lubac, Ed. Península, Barcelona 1966, p. 99.
Henri de Lubac es el teólogo (poco conocido, pero el más influyente del Concilio Vaticano II, amigo de Benedicto XVI y Hans Urs von Balthasar) sobre el que tratará el XVIII Encuentro Fe Cristiana y Servicio al Mundo
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