«¿No ardía nuestro corazón en el camino mientras nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32).
Arded, pero no con el fuego que ha de quemar a los demonios. Arded con el fuego de la caridad para distinguiros de los demonios. Este ardor os empuja, os lleva hacia arriba, os levanta al cielo. Por muchas molestias que hayáis sufrido en la tierra, por mucho que el enemigo oprima y hunda el corazón cristiano, el ardor de la caridad se dirige a las alturas.
Pongamos una comparación. Si tienes una antorcha encendida, ponla derecha: la llama se dirige hacia el cielo; inclínala hacia abajo: la llama sube en dirección al cielo; inviértela totalmente: ¿acaso se queda la llama en la tierra? Sea cual sea la dirección que tome la antorcha, la llama no conoce más que una: tiende hacia el cielo.
Encendeos en el fuego del amor con espíritu ardiente. Arded vosotros mismos en alabanzas a Dios con un comportamiento irreprochable. Uno es ardiente, otro frío: que el ardiente encienda al frío, que el que arde poco desee arder más y pida ayuda. El Señor está dispuesto a concederla; nosotros, con el corazón dilatado, deseemos recibirla».
Serm. 234,3; Antología de textos de San Agustín por Hans Urs von Balthasar, F. Maior, p. 277-278)
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