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  • A través del desorden

    «Cuanto más conscientes somos de estar revestidos de misericordia, más serenamente podemos vivir con nosotros mismos, con nuestros deseos y defectos, contradicciones y esperanzas. La misericordia nos infunde coraje para recordar y mirar al futuro: habilita el perdón, confiere fuerza para la compasión, nutre la esperanza. La misión cristiana es difundir la misericordia, sin que ningún rincón de la tierra, ningún destino anegado por las lágrimas quede sin tocar por ella». (p. 46)

     

    «Para la mayoría de nosotros, el camino hacia el orden pasa a través del desorden; intentar eludirlo es arriesgarse a esquivar la vida. Ser consciente, aunque sea subliminalmente, del desorden que padezco, pero fingir que no existe, es alimentar una ilusión. Sobre esa base no es posible ninguna relación verdadera ni ninguna vida espiritual. ¿Cómo puedo curarme si me empeño en dar la impresión de que no estoy enfermo?

    “No he venido –dice el Señor– a llamar a la conversión a justos, sino a pecadores” (Lc 5,32). Si se aceptan las definiciones propuestas al principio de esta sección, el versículo podría parafrasearse así: “No he venido a llamar a los que ya caminan rectamente (pues saben adonde van); mi misión es para los que han seguido un camino equivocado. Los convoco y les propongo la metanoia, una nueva visión de la realidad”. Cristo, “el más hermoso de los hombres” (Sal 44,2), revela la belleza del orden. Pero no le sorprende nuestro desorden, por mísero que sea.

    […] Como si todos tuviéramos que llevar a cabo un éxodo personal para volver a casa desde Egipto, un viaje no tan largo, en realidad, pero prolongado por la repetición de rebeliones, demoras y malentendidos. También éstos desempeñan su papel en la providencia de Dios. Deben enseñarnos algo: “Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, para probarte y para conocer lo que había en tu corazón: si ibas a guardar sus mandamientos o no” (Dt 8,2). Esto sigue siendo lo esencial a la hora de afrontar mi desorden. ¿Estoy dispuesto a reconocer y nombrar lo que hay en mi corazón? Desde ese punto de partida, ¿dejaré que la llamada de Dios me ordene y me reforme?»

    Erik Varden, Castidad. La reconciliación de los sentidos, Ed. Encuentro, 2023, p.76 .

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