«No os pido que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones: no os pido sino que le miréis… Pues Él no deja nunca de mirarnos… Mirad que no está aguardando otra cosa, sino que le miremos. […]
Si estáis con trabajos o tristes, miradle en la columna […] o en la cruz. Que Él os mirará con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vais con Él a consolar y volvéis la cabeza para mirarle.
¡Oh, Señor! –le podéis decir si se os ha enternecido el corazón al verle así, y no sólo queréis mirarle sino que queréis hablarle, no con oraciones compuestas, sino con la pena de vuestro corazón, que lo tiene Él en mucho–: ¿tan necesitado estás, Señor y Bien mío, que quieres admitir una pobre compañía como la mía, y veo en tu semblante que has olvidado tus penas conmigo?
¿Pues, cómo, Señor, es posible que te dejan solo los ángeles y que no te consuela tu Padre? Si es así que todo lo quieres pasar por mí, ¿qué es esto que yo paso?, que ya tengo vergüenza de haberte visto de tal manera que quiero pasar, Bien mío, todos los trabajos que me vengan y tenerlos por gran bien con tal de parecerme algo a ti. ¡Juntos andemos, Señor, por donde vayas tengo que ir, por donde pases, tengo que pasar!»
Santa Teresa de Jesús
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