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Un mundo grande
«La verdad es que la exploración y el ensanchamiento hacen el mundo más pequeño. El telégrafo y el barco de vapor hacen el mundo más pequeño. El telescopio hace el mundo más pequeño: sólo el microscopio lo hace más grande. […] Los telescopistas estudian cosas grandes y viven en un mundo pequeño; los microscopistas estudian cosas pequeñas y viven en un mundo grande.
Sin duda resulta inspirador dar la vuelta al mundo a toda velocidad en un automóvil, percibir Arabia como un remolino de arena o China como un relámpago de arrozales. Pero Arabia no es un remolino de arena y China no es un relámpago de arrozales.
Ambas son civilizaciones antiguas con extrañas virtudes antiguas ocultas como tesoros. No lograremos comprenderlas como turistas o investigadores; sólo con lealtad de niños, con paciencia de poetas. Conquistar esos lugares implica perderlos.
El hombre que está parado en medio de su huerto, más allá de cuyo portón se abre un mundo fantástico, es quien tiene ideas grandes. Su mente crea distancia; el automóvil estúpidamente la destruye. Los modernos piensan en la tierra como un globo, como algo a lo que se puede dar la vuelta con facilidad (…) Y por debajo de toda esa vasta ilusión del planeta cosmopolita, con sus imperios y su agencia Reuters, la vida real del hombre continúa preocupada por este árbol o aquel templo, por esta cosecha o aquella canción de borrachos, totalmente incomprendida, totalmente inalcanzada. Y desde su espléndido provincianismo contempla, posiblemente con una sonrisa, la marcha de la civilización del automóvil, en su camino triunfal, derrotando al tiempo, consumiendo espacio, viéndolo todo sin ver nada, lanzándose por último a la captura del sistema solar sólo para descubrir que el sol habla argot y las estrellas son pueblerinas».
G. K. Chesterton, Herejes, Acantilado 2017, p. 37-38.
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