«Santa Embelesada, que te entusiasmaste al encontrar al Santo Niño
haznos reconocer a Dios
allí donde se encuentre la vida de un hombre.
Santa Embelesada, que quedaste hechizada por acontecimientos tan pequeños,
por personas tan pequeñas, por un niño tan pequeño,
haz que reconozcamos la Historia sagrada
en lo que ocurre todos los días.
Santa Embelesada, que has entrado como tal en la historia sagrada,
permite que de los instantes de tiempo
hagamos acontecimientos eternos.
Santa Embelesada, que te quedaste pasmada al ver a Dios hacerse próximo
de tu prójimo y de ti misma, una entre los demás,
enséñanos a verlo sin palabrería
y a alzar al cielo unos brazos vacíos.
Santa Embelesada, que no traes regalos, pero que ofreces todos los de los demás,
enséñanos a ser útiles
sin pretender ser eficaces.
Santa Embelesada, en tu codo a codo cotidiano en un pueblo minúsculo
en el que Dios acaba de nacer,
da con tus brazos alzados verdadero sentido
a la harina del molinero,
a los peces de la pescadera,
a las perdices de los cazadores,
a los oscuros ojos del ciego,
a los corazones manchados de los pecadores…
Enséñanos a alzar los brazos como tú
para aclamar como tú al Dios que hizo el mundo
y que viene al mundo».
Madeleine Delbrêl, La alegría de creer, Ed. Sal Terrae, p. 228-229.
Etiquetas: La alegría de creer, Madeleine Delbrêl Español
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