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  • El hombre se sabría hijo

    «¿Por qué el tiempo de nuestra infancia se nos aparece tan dulce, tan esplendoroso? Un chiquillo tiene penas como todo el mundo y se halla además completamente desarmado contra el dolor y la enfermedad. […]  Pero el niño extrae el principio mismo de su alegría del sentimiento de su propia impotencia. Confía en su madre. Presente, pasado, futuro, toda su vida, la vida entera, se encierra en una sola mirada y esa mirada es una sonrisa. […]

    La Iglesia habría dado a los hombres esa especie de seguridad soberana. No obstante cada cual hubiera tenido también su parte de contrariedades. El hambre, la sed, la pobreza, los celos… Nunca hubiéramos hecho acopio de suficiente fortaleza para meternos al diablo en el bolsillo. Pero el hombre se sabría hijo de Dios… ¡Tal hubiera sido el milagro! Hubiera vivido y muerto con esa idea en la mente y en la conciencia. No una idea aprendida solamente en los libros… no. Habría inspirado los hábitos, las costumbres, las distracciones, los placeres y hasta las más humildes necesidades, sin impedir por ello al agricultor arañar la tierra, al sabio dar vueltas a su tabla de logaritmos e incluso al ingeniero construir sus juguetes para mayores. Hubiéramos abolido, hubiéramos arrancado del corazón de Adán el sentimiento de su soledad.

    Con toda su reata de dioses, los pueblos de la Antigüedad no eran tan estúpidos: habían conseguido, pese a todo, dar al pobre mundo la ilusión de una unión, aunque grosera, con lo invisible. Pero ahora no valdría nada el mismo truco. […]  El minúsculo muñeco hará las delicias de un chiquillo durante toda una temporada y en cambio un hombre maduro bostezará ante un juguete de quinientos francos. ¿Por qué? Porque ha perdido el espíritu de su infancia. […] Hemos de mantener en el mundo ese espíritu infantil, esa ingenuidad. Los antiguos no eran enemigos de la naturaleza, pero sólo el cristianismo la engrandece, la exalta, la coloca a la medida del hombre, del ensueño humano».

    Georges Bernanos, Diario de un cura rural, Ed. Encuentro, p. 25-26.

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