«El juego a partir del porque-sí. Abandono y transformación. Origen y danza
El niño juega porque da testimonio de la unidad inescindible del inicio como riqueza mediante pobreza, libertad mediante gracia, poder mediante servicio… El juego es el ser-viviente sin otra meta; la actividad originaria a partir del porque-sí de la existencia, la forma en la que se anuncia el presente de la libertad. Sólo juega la existencia que agradece existir, porque en ella el haber recibido y el avenir del don están unidos. El hombre en la huida del gueto del pasado o en la búsqueda intentada del futuro que queda pendiente, ya no juega, ya sólo trabaja; para él el frui liberado ha sucumbido en la «seriedad animal» del uti; el percibir de la razón ha muerto en y para la «ratio discursiva ab uno in aliud». Pero la producción no mantiene el mundo en orden, la «vida hecha» no es lo que asegura la existencia mediante la ordenación con «pleno derecho», sino el juego como resultado de la unidad de riqueza y pobreza en el ser como amor. El juego es el garante de la paz …
No debemos sucumbir a la tentación de hipostatizar el juego como un ámbito particularizado junto o por encima del mundo del trabajo, de localizar el saboreador (frui) percibir de la razón fuera de la ratio, de delimitar el ocio a un ámbito aislado de la existencia…
La tarea, por tanto, es muy difícil: se tendría que hacer presente que la ratio encuentra su proveniencia y su meta en la percepción inteligente [Vernunft], que el trabajo encuentra su origen y sentido en la vida en estable reposo; que ambas cosas no se dejan separar la una de la otra sino que se pertenecen mutuamente, que son mediadas la una con la otra y la una por medio de la otra, pero también que esta unidad se alcanza sólo cuando el juego permanece como fondo portante, como vitalidad sin metas, y no es deformado, una vez más, como una función de la autoapropiación trabajadora del hombre .
El niño juega y se representa en formas siempre nuevas de expresión de adentro hacia afuera. La repetición de lo «igual» nunca deviene aburrida porque surge de la indiferencia positiva que puede retomar en sí las nuevas figuras del ser-diferente, las funde en el centro del centro vital rico, para hacerlas crecer de nuevo desde allí, transformadas. El corazón de la unidad es suficientemente vivo para «revestirse» siempre de nuevo, para «disfrazarse» sin mentir ni fingir… Esta exuberancia surge como un nuevo-inicio que se despliega en modo variado y radica en la capacidad de imaginación creativa, que nunca ha considerado el mundo como ya sabido, sino que descubre en él la fisonomía de lo que empieza. Sólo para la mirada superficial se trata aquí de «arbitrariedad y falta de seriedad». En la capacidad lúdica del niño para la transformación se nos regala más bien la capacidad para la siempre provisional finitud del mundo; éste es consistente para el niño sólo en el «estado-de-surgir». Un mundo del devenir y del movimiento, en y hacia el cual la unidad del ser como inicio ha devenido pobre. Pero precisamente en esto domina una seriedad insondable. Al jugar el niño se separa siempre de nuevo de lo que él ha producido. Pero esto ocurre no por furia destructiva ni porque la forma de expresión de la plenitud que se comunica en ella no sea adecuada. No, el niño vive en el juego la alegría seria del «todo en el fragmento».
El niño juega porque es symbolos del inicio: del surgir en el origen. Él salta y danza. Se podría decir, con una imagen, que puesto que el don se separa del donador, salta a la existencia, el Donador es su origen. Y puesto que el don se finitiza no como ente aislado, no como sustancia fija endurecida, salta y danza agradecido en el mundo. El brotar de la vida recibida da testimonio de su surgir en el origen. Y como la separación del don se nos descubre como sello de su identidad arquetípica con el origen, y como ha desvelado la vida en la muerte, así el siempre nuevo surgir en el juego de la danza es la epifanía de la custodia del niño en la paz: es la declaración de estar en casa en el espacio de aquello de lo que se ha soltado. En la danza aparece la unidad de devenir sí mismo mediante la recepción de sí mismo del niño.-«
Ferdinand Ulrich, Antropología de la infancia, (traducción del alemán ad usum privatum).
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