• El actor

    Cuando el actor recibe el papel comienza para él el trabajo de conocerlo y disponerse a representarlo. El personaje ideado por el autor, con las emociones, intenciones y deseos que atraviesa en cada situación, ha de hacerse transparente al público a través de los gestos y las palabras del actor. Así, tomando como material de trabajo su propia persona, el actor habrá de olvidar todo lo propio para encarnar algo distinto de sí mismo, según la intención del autor. Verdaderamente se trata de una disponibilidad modélica, entendida ésta como la entrega de toda la persona a la tarea encomendada. Por eso es, según Hans Urs von Balthasar, un verdadero camino de humildad que puede servir a todos de ejemplo.

    Pero, ¿cómo hacer esta encarnación? Dice Stanislavski que somos actores, no eruditos, nuestra esfera es la actividad, la acción, nos guiamos por la experiencia humana. Observando la realidad aprendemos a dibujar las situaciones pensadas por el autor. En realidad, todas las personas son actores, si entendemos interpretar no como hipocresía, sino como el desarrollo de la propia persona en alguna tarea concreta: contemplando con atención, descubriremos que cada oficio tiene sus propios modos típicos, cada relación humana sus gestos, cada emoción su manifestación. Por eso Stanislavski afirma que todo lo que pedimos es que un actor en escena viva de acuerdo con leyes naturales. Y, sin embargo, a causa de las circunstancias que rodean a un actor en su trabajo, es mucho más fácil para él deformar su naturaleza que vivir como un ser humano sencillo. Ciertamente parece que al actor se le pide demasiado: de entre los aplausos y la propia satisfacción por la tarea bien hecha recordar que él es sólo un instrumento, que no es dueño de sí mismo. Es su naturaleza entregada a la intención del autor la que crea a través de él. Querer dominar esta creatividad como algo propio es matarla. La tentación, tan comprensible, de manejar este talento a voluntad, quizá para asegurar que la “función de mañana sea tan buena como la de hoy” es en realidad un engaño. ¿Cómo pensar en un éxito entendido según los propios criterios si toda la voluntad está entregada a la creación del personaje? La verdad que queremos hacer aparecer en escena sólo surgirá tras el abandono de las propias expectativas y la entrega de uno mismo a ella.

    Es Hans Urs von Balthasar quien describe de forma audaz lo que corresponde al actor en su actividad profesional: abrir a la sociedad imágenes de libertades posibles. Al público, también responsable de este arte, corresponde entonces dejarse afectar por lo que se le ofrece para ir más allá de lo ya conocido. Por eso no puede pedir al actor que sea el ídolo que le proporcione experiencias embriagadoras recreando las propias ilusiones. Concluimos con la exigencia de Stanislavski: el actor debe depurarse de la suciedad que se le haya adherido en su trayectoria: frivolidad, narcisismo, etc. Si buscamos la verdad no podemos tolerar lo que nos aparte de ella, aunque tenga rostro seductor.

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