Aunque es difícil distinguir el enamoramiento del amor, porque se presentan entretejidos uno con el otro, se debe en todo caso saber que, si hay amor auténtico y consistente, uno está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Por eso durante el noviazgo es indispensable el no estar juntos siempre, el poder renunciar a la presencia que conforta. Esto pone a prueba la verdad de los sentimientos. El poder estar solo durante el noviazgo es garantía para la unidad futura y para la objetividad con que se asumirán las responsabilidades del matrimonio.
En otro tiempo los jóvenes se comprometían a casarse gracias al conocimiento mutuo de las familias. Hoy, las chicas tratan a los chicos como a sus camaradas de estudio, de trabajo y de descanso y, desde luego, se sienten del todo autorizadas a escoger. Este cambio tiene muchas consecuencias; sobre todo porque se ha pasado de una vida relativamente simple y sana a una vida llena de opciones poco claras, en las que el yo egoísta tiende a huir de sí mismo, buscando en una amistad o en otra, en este o en aquel flirteo, el amor que se niega a dar. Huida imposible, sin embargo, porque del yo no se puede escapar. Como sea, puesto que no se trata de volver al pasado, sólo queda como posibilidad cambiar el yo. El matrimonio sigue siendo el marco adecuado para este cambio. Para encaminarse hacia él, un buen criterio de discernimiento para los jóvenes sobre su vida social puede ser éste: el amor verdadero, si surge de estos encuentros entre chicos y chicas camaradas, se reconoce no en el mirarse uno al otro, sino en el mirar los dos en la misma dirección, en el dirigir los dos al mismo tiempo la mirada entusiasmada a la vida que Dios ofrece, con esa alegría del sacrificio que se sobrepone a toda dificultad.
El “trabajo” sobre el propio yo comienza realmente en el matrimonio, y no sin fuertes resistencias. No se puede fundar esta lucha contra el egoísmo en un “te quiero”, “me quieres”. Para dar una base sólida y profunda de convivencia es necesario que las verdades fundamentales de la existencia se compartan. Es necesario coincidir lo más posible en el querer dar a Dios el primer lugar en la propia vida. Cuando en un matrimonio no tienen los dos la misma fe, es como si se hablasen dos idiomas distintos, lo que pone a los casados en el peligro de la desilusión de no poder compartir aquello que es siempre más importante.
RICARDO ALDANA, Todo consiste en Él. En la senda de von Balthasar y von Speyr, Encuentro, Madrid 2005, pp. 64-65
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