El rey Lear es el arquetipo grandioso; cuando al comienzo reparte su reino, es todavía insensato e iracundo, rechaza a Cordelia, destierra a Kent y se adhiere a Regan y Goneril, sus hijas diabólicas, pero se va haciendo cada vez más honorable en la humillación creciente que le conduce a la locura. Su destino queda reforzado al resonar como en una concha: el repudio de Edgar por su padre Gloster y más tarde la ceguera de Gloster a quien, sin darse a conocer, Edgar conduce presuntamente hasta los acantilados de Dover. Los tres forman, junto con el rey loco, una especie de coro de la humillación en sus diversas figuras de locura auténtica o fingida. Lear es Job: “Soy un hombre contra el que se peca más de lo que él peca” (III, 2). Es “tan pobre como un rey” (I, 4), “nuestro esclavo / un hombre viejo, pobre, miserable, enfermo, despreciado” (III, 2). También desnudo, al rasgarse los vestidos (III, 4) y hundiéndose hasta perder su identidad. “¿Quién puede decirme quién soy yo?« (I, 4). Y al morir Gloster “en medio de su desmesurada pasión, entre dolor y alegría”, al revelarle Edgar la verdad, entonces muere Lear frente a la difunta Cordelia en la misma desmesura: “Rómpete, corazón, te lo ruego, rómpete” (V, 3). Pero hasta el final Lear es “carne ungida” (III, 7) y el mundo que se le opone (Goneril, Regan, Edmund) es lo sacrílego, la culpa sin más.
Shakespeare se coloca en sus obras centrales más allá de lo trágico y lo cómico porque en el mundo que describe se mezclan los dos elementos; del mismo modo, se coloca por encima de la justicia y de la gracia, en cuanto que deja subsistir a las dos, en parte mezclándolas y en parte oponiéndolas, pero con la convicción de que el bien supremo se encuentra en el perdón.
Cuando Lear, demente, ve por última vez a Cordelia, a quien conduce a la cárcel para ser allí ahorcada, le dice: “¡…A la cárcel! Déjanos cantar como pájaros en la jaula. / pides mi bendición, yo quiero arrodillarme / y suplicar tu perdón…” (V, 3).
Hans Urs von Balthasar, Teodramática I. Prolegómenos. Ed. Encuentro, Madrid, 1997. Págs. 386-387, 461, 456.
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