La vida cristiana, para conservar su vitalidad, necesita no sólo del discernimiento doctrinal y moral para dejarse conducir por la Palabra de Dios.
El cumplimiento de los mandamientos del Señor, que se resumen en el doble mandamiento del amor, va a acompañado del discernimiento de los espíritus: «El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Amados, no creáis a todo espíritu, sino examinad los espíritus para ver si vienen de Dios» (1 Jn 3,24 – 4,1).
El discernimiento de espíritus es propuesto por San Ignacio en los Ejercicios para no dejarse engañar por el demonio y, positivamente, para caminar iluminado por la fe y no por el propio espíritu.
Por eso lo primero es reconocer que en mí hay influencia de los espíritus, del buen espíritu y del malo [Ej 32], sin que mi propio espíritu deje de estar en diálogo inmediato con Dios [Ej 15].
Y entonces hay que emprender la ascesis continua de la vigilancia de los espíritus, que implica el no dejarse llevar sólo por mis deseos de hablar, decir, juzgar, reír, etc.
No es pérdida de espontaneidad, sino espontaneidad ante la presencia del Espíritu del Señor allí donde se le encuentra; de ahí surge la capacidad de percibir tanto los «silbidos del infierno» (Sta. Clara de Asís) como la alegría de Dios en sus obras.
Esta vigilancia no se ha de entender como un refuerzo de conducta según eslóganes espirituales, o según “capítulos” de vida espiritual que uno debe recorrer siempre de arriba abajo para no desorientarse. Esto no sería otra cosa que una actividad del propio espíritu que se autovigila.
El discernimiento de espíritus requiere una humildad específica: la humillación de nuestra lógica para dejarse llevar por la lógica de Dios. Las respuestas del discernimiento vienen de reconocer el «Aliento de Dios», el Espíritu Santo, aun en medio de la oscuridad de no comprender lo que hemos de vivir.
El Papa Francisco no ha dejado de insistir en la necesidad del discernimiento. Especialmente en su Exhortación Gaudete et exsultate, sobre la vocación a la santidad, el discernimiento ocupa un lugar esencial (cf. nn. 166 a 175). De hecho, es casi la última palabra de la Exhortación, porque es especialmente necesario en nuestros días.
¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.
Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento (nn. 166-167).
1) Los verdaderos movimientos espirituales de Dios y sus ángeles traen alegría y gozo genuino, eliminando la tristeza y la turbación que el enemigo puede inducir. Es propio del enemigo oponerse a esta alegría mediante argumentos y engaños.
2) Solo Dios puede dar consolación al alma sin una causa previa. La consolación divina proviene del amor de la divina majestad, sin estar vinculada a ningún objeto específico previo.
3) Tanto el buen ángel como el mal ángel pueden consolar el alma, pero sus intenciones son opuestas. El buen ángel busca el crecimiento espiritual, mientras que el mal ángel busca desviar y perjudicar.
4) El ángel malo puede inicialmente presentarse de manera atractiva, compartiendo pensamientos buenos y santos. Sin embargo, gradualmente busca engañar y llevar al alma por caminos erróneos.
5) Se debe prestar especial atención al curso de los pensamientos. Si los pensamientos conducen a algo bueno en su inicio, desarrollo y conclusión, son señales de un buen ángel. Si terminan en algo malo o distrayente, provienen del mal espíritu.
6) Después de experimentar una tentación del enemigo, es útil revisar los buenos pensamientos que fueron presentados inicialmente y cómo gradualmente llevaron al alma a apartarse de la alegría espiritual.
7) Los buenos y malos ángeles tocan el alma de manera diferente. Los buenos ángeles lo hacen suave y dulcemente, mientras que los malos ángeles lo hacen de manera aguda e inquietante. Esto depende de la disposición del alma hacia estos ángeles.
8) Aunque la consolación sin causa proviene solo de Dios, aquellos que la experimentan deben ser cautelosos y discernir el tiempo posterior a la consolación, ya que en ese momento pueden surgir pensamientos y propósitos que no provienen directamente de Dios. Estos deben ser examinados cuidadosamente antes de ser aceptados o puestos en práctica.
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